7 de marzo de 2014

El miedo a los lobos es injustificado

El 4 de marzo en el periódico asturiano La Nueva España se publicó la noticia Los lobos cercan Merillés, que empieza diciendo: "Ya bajamos a los nenos y las nenas en coche a clase porque salen por la mañana y sabemos que los lobos están aquí...Todos sabemos que los tenemos en la puerta, que los tenemos en frente de las casas. Es algo que yo no sé si tienen en cuenta los que mandan, comenta´, haciendo hincapié en el peligro que, a su juicio, representa la presencia de los lobos tan cerca de las casas". 
Cuando leo esto, me gustaría que nos preguntaran a los carteros, agentes forestales y demás personas que tenemos la obligación de movernos por las zonas rurales, donde pululan a diario perros peligrosos (lo digo con el moratón de hace pocos días por un mordisco en el muslo). Podría parecer que este discurso es nuevo, propio de ecologistas modernos, pero no. Al respecto, es muy interesante el artículo que publicó José María Castroviejo, escritor y cazador a partes iguales, en el periódico ABC el 28 de julio de 1974, hace casi 40 años, y que tituló Perros y lobos y página 2.
"Por el mismo tiempo vivía en el lugar de Rañestres, del Ayuntamiento de Rodeiro, mi padre político, maestro nacional, Manuel Silvela Fernández, que realizaba también algunos trabajos en las oficinas municipales. Debido a la gran distancia entre Rañestres y el Ayuntamiento, solía salir con una hora de noche. Pues bien, a cuarenta metros más o menos de su casa surgía un lobo que le acompañaba fielmente, y al pasar por una aldea llamada Alceme, más de una vez el lobo hizo huir a unos perros malignos que se lanzaban contra mi suegro. Al regresar a casa, cosa que también hacia de noche, aparecía otra vez el lobo moviendo amistosamente la cola y acompañándole hasta la misma. En una ocasión en que regresaba a su domicilio muy cansado se acostó bajo un roble al lado de un camino, quedándose dormido. Cuando despertó encontró al lobo acostado a su lado, acompañándole después, como era costumbre en el mismo, hasta el poblado, donde se despidió en la misma forma acostumbrada, moviendo alegremente la cola en señal de amigo. En fin, para no alargar demasiado esta carta le diré que en el Ayuntamiento de Montero, partido judicial de Pontedeume, un señor al que conocí mucho, don Ángel González, crió un lobo al que las mujeres de la casa tenían en gran estima, porque las acompañaba a todas partes, defendiéndolas de los perros hostiles y de cualquier otro posible ataque...Otro problema es el de los perros asilvestrados que en Galicia, como en el resto de España, abundan hoy de modo impensable...Estos perros atacan rebaños, e incluso personas, cargándose siempre su culpa a los lobos. Hace dos años, y cazando por estos mismos montes de Morrazo desde donde escribo, en compañía de un amigo cazador, oímos las desesperadas voces de una vieja que lanzaba la no menos vieja alarma: `¡O lobo, O lobo!´ Acudimos frente a un tropel desbandado de ovejas, atacadas por perros que ya habían acabado con nueve. Logramos dar muerte a tiros a dos de ellos encarnizados, que perseguían con belfo sangriento y colmillo airado a las restantes." 

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